viernes, 17 de julio de 2009

Iel

El cansancio fue muy marcado. Los párpados caían con esa involuntariedad de un espíritu sin energía, exausto. Su vista empañada por el calor del fuego se clavó en lo único que no era artificial, en una hormiga negra que pasaba.
Admiraba su gracia al desplazarse; le estrañaba su prosedencia y cayó en sueños desbordado por la belleza que recide en la vida de cada ser, lejos de esa naturaleza de cemento, asfalto y plástico.

Se sentía más solo que nadie rodeado de muerte, sin siquiera un grillo al compas de la noche; un maulido perdido en sombras o estár sobre un fresco pasto.. no sobre baldozas frías, asperas y duras.
Ya no se sentía humano físicamente: pulmones negros de humo, comidas fabricadas y los músculos débiles cubriendo huesos frágiles. Escuchando constantemente una interferencia radial ensordecedora y desquisiante por el aire.

La luz, la gravedad y la materia regían el plano de su existencia que más aborrecía, ligado a placeres insanos y al usual dolor sensorial.
Pero su mente era la cúpula divisoria entre el universo que todos compartimos y el suyo, interno y propio.
Entendia que los pensamientos son extenciones de su ser; que los sentimientos manifestaciones de su alma etérea. Que su composición orgánica, más allá de la complejidad, no se diferenciaba al de aquella hormiga, y que ambos por igual estaban vivos...

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