martes, 16 de abril de 2013

B de Bosque

Como siempre pasaba, ninguna inteligencia supo cuando otro viejo árbol se derrumbó sobre su peso muerto, en el bosque del monte.
Era un árbol tosco y estéril en la gracia de la naturaleza; torcido y desproporcionado; descolorido; deforme. Ninguno compartía sus raíces con él; ningún vecino entrelazaba sus ramas. Estaba a más distancia de lo normal que los otros entre ellos.
Aislado en el conjunto, tuvo el espacio para vivir prolongado y pleno. 
Sin frutos y de rara textura, tampoco los animales anidaban ni se aproximaban; como siguiendo una lógica instintiva por el entorno, eran esquivos hasta de su sombra.
Anti natural en lo natural, muchas generaciones del bosque estuvieron en su lento decrecer.
La sabia que su fotosíntesis producía era espesa, por lo que el árbol desarrolló extrañas cavidades dentro del tronco al envejecer. Por eso, un otoño, su colapso fue instantáneo.
Tres días reposó  solo, entre todos los complacidos.
Pero su singular y nutritiva madera se descompuso tan rápido en la sequedad otoñal del monte, que dentro del claro de lo que fue su vida y su muerte, produjo una enorme cantidad de yesca con ramas sin humedad.
Sólo bastó esperar el cenit de otro medio día más, para avivar el fuego de la venganza.

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